No estuvo mucho tiempo y le sustituyó Pepe, un estudiante de óptica, valenciano de Cullera, de carácter extrovertido, tenía mi misma edad 18 o 19 años por aquel entonces y ya había hecho planes de boda con su novia, con quien pensaba casarse cuando regresara a Valencia tras terminar la carrera y montar una óptica. El timbre aflautado de su voz unido a su acento, le daban un punto gracioso al que tardé en acostumbrarme y tenía que hacer grandes esfuerzos para reprimir la risa. También hablaba en sueños, llegué a mantener alguna conversación con él mientras dormía, yo le hablaba creyendo que estaba despierto y él me contestaba desde el subconsciente...
-Pepe, ¿te dio tiempo de terminar el trabajo que debías entregar mañana?
-Sí, sí, lo he terminado.
-Entonces podemos ir a la Plaza Mayor cuando volvamos de clase y dar una vuelta por allí.
-Está lloviendo y no puedo ir a la playa.
-¡¡¡¡¡¡¡¡?????????
Estos episodios de conversación sonámbula se repitieron en más ocasiones, lo que era motivo de comentarios jocosos al día siguiente entre los compañeros de la pensión. Éramos once quienes habitábamos en la hospedería de Anita, el ya mencionado Pepe; en la habitación contigüa a la nuestra estaban Xosé Manuel -estudiante de Ingeniería Aeronáutica y gallego despistado- y Angel que trabajaba en una imprenta.
En la siguiente estancia pasaba las horas Carlos, abogado retirado, ex-militante del Partido Socialista y natural de San Sebastián. En su rostro guardaba algún recuerdo, en forma de cicatriz, de sus visitas a los sótanos de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol .
También estaban Teodoro -cordobés y separado- Domingo -erudito de la música y propenso a las depresiones, se le podía ver a cualquier hora del día o de la noche recorriendo el pasillo cabizbajo y con las manos en la espalda-
El señor Andrés era una especie de técnico de mantenimiento de la pensión, lo mismo arreglaba un enchufe que pintaba una habitación. Físicamente nos recordaba enormemente a Albert Einstein con su pelo alborotado, su mostacho y su pícara e inteligente mirada. Ya estaba jubilado y había trabajado de taxista.
Antonio era un Ingeniero Agrícola que se estaba preparando unas oposiciones para ingresar en Telefónica, tuvimos buena conexión, pues era de Tormantos (La Rioja) y siendo yo de Zaragoza, nos considerábamos prácticamente paisanos. Su dormitorio era el resultado de dividir una estancia en dos, con el inconveniente de que el material usado para hacer la separación era un panel de aglomerado. La otra mitad la ocupaba un individuo huraño de quien nunca logramos averiguar su nombre. Dado el nulo aislamiento acústico, veíamos a Antonio salir desesperado de su habitación casi todas las noches... los ronquidos y demás sonidos corpóreos que emitía aquel ser, eran insoportables.
De Aranda de Duero había llegado Eduardo, con su guitarra y sus historias de caza menor por los montes de Burgos. Estudiante de Ingeniería Técnica de Telecomunicaciones y con el único que sigo manteniendo contacto desde aquellos días y a quien puedo considerar amigo. Fueron innumerables las veladas que pasamos jugando al ajedrez o simplemente charlando.
Como casi todos estudiábamos de noche, hacíamos recesos en nuestras actividades educativas, para reunirnos en la habitación de uno de nosotros y relajar nuestros recalentados cerebros.
Recuerdo, una de esas noches, que acababa de terminar un croquis a mano alzada sobre papel vegetal, de la fachada principal del Casón del Buen Retiro,
me había llevado una semana de trabajo y por fin ya lo tenía listo para presentarlo al día siguiente. Pues bien, en uno de esos "descansos" entraron en mi habitación Eduardo, Antonio, Xose y nos pusimos a comer magdalenas y a beber vino del pueblo, el zumo de uva pudo con nosotros y hubimos de acostarnos antes de lo acostumbrado a dormir la mona. Cuando sonó el despertador y me dispuse a preparar el pliego con mi dibujo para llevarlo a la Escuela, observé con horror que, los vasos y restos de la noche anterior, estaban sobre mi trabajo y se habían marcado claramente los cercos que había dejado el vino y la grasa de las magdalenas. Aquella mañana fui a clase con una mala hostia increíble, para más "inri" teníamos que llevar un tablero de 841x594mm (DIN A1) para las clases de dibujo y era "muy divertido" entrar en el metro en hora punta con los apuntes, el canuto para los pliegos y el tablerito de los c.j...s. Ni qué decir tiene que la calificación no fue muy buena.